miércoles, julio 23, 2008

Un mecánico de aviación llamado Juan Gómez Lobo

Mi padre fue mecánico de aviación tras su paso por el servicio militar que realizó allá por el año 1954 en la Base Aérea de Tablada, que entonces era un campo de aviación en sentido estricto, esto es, no había pista sino que los aviones aterrizaban directamente sobre un campo preparado. Los Heinkel-111 del Ejército del Aire eran la base de los aviones de transporte, quedando aún en servicio algunos Junkers-52 procedentes de Alemania. Recuerda mi padre algunos aterrizajes comprometidos de aquellas viejas chatarras que se mantenían en servicio gracias a la habilidad y profesionalidad de los equipos de mecánicos de la Maestranza Aérea. Cuando el río Guadalquivir crecía e inundaba la Dehesa de Tablada, el campo de vuelo se convertía en un auténtico barrizal. Los aterrizajes eran especialmente difíciles, siendo frecuente que los aviones enterraran los trenes de aterrizaje triciclos hasta que las hélices tocaban el suelo. Afortunadamente, había unos grandes tractores que enganchaban los aparatos por la rueda de cola y los sacaban del barro sin gran esfuerzo.
También recuerda el mecánico Lobo, que así era como lo conocían los compañeros y los oficiales, cómo llegaban cargados esos aviones desde Canarias y desde Africa, donde España aún era una potencia colonial. Neveras, televisores, tabaco, y todo tipo de artículos que tenían como destino Madrid. Se quejaban los mecánicos de que cuando los aviones paraban en los hangares para las revisiones rutinarias, no había forma de levantarlos con los gatos hidráulicos de lo mucho que pesaban. Cosas de los tiempos del hambre.
El caso es que el tráfico era tan intenso que los pilotos no tenían mucho tiempo para parar en Tablada. A veces, los aviones venían con problemas en el tren de aterrizaje, y, tras pasar por las manos de mi padre, despegaban hacia Madrid sin que ni siquiera se probara el funcionamiento tras la reparación. La prisa era loca.
Recuerda Lobo, el mecánico, que cuando se atascaban las ruedas de los Heinkel-111 en el momento de aterrizar, había que tomar altura de nuevo y picar a fondo para que el tren cayera por gravedad y se quedase trabado. Qué tiempos aquellos, tan gloriosos, tan brumosos, tan desconocidos para los aeronautas de hoy....